2 de septiembre de 2016

Thirty-one.

He pensado en decenas de maneras con las que podría empezar esto y no se me ha ocurrido ninguna mejor que ésta que acabas de leer. Después he sonreído y he seguido escribiendo.
Como si de una broma del destino se tratase, he dejado de pensar y te he escuchado escribir. Y ha sido sólo en ese momento cuando he decidido – o me he dado cuenta por fin – que estoy harta.
He dado un rodeo por los recuerdos de mi vida y he sentido un escalofrío tras haber contado la cantidad de veces en las que ya he sufrido esta situación. Y no pienses que no la sigo sufriendo, lo hago contigo, por ti, cada día y sobre todo cada noche. He sentido el temor de estar perdiendo algo que no tengo todavía y que, probablemente, nunca logre tener. Me esfuerzo, lo prometo, pero esto no tiene nada que ver con mi coraje, no hay nada que yo pueda hacer contra ello.
Pero no creas que me rindo, nunca lo he hecho. Una y otra vez he querido seguir adelante sin miedo a los ‘peros’, los ‘quizás’ o las despedidas a largo plazo. Si de algo he tenido miedo en todo este tiempo es a perder – aunque sobre todo a tener que asimilar lo perdido – todo lo que he obtenido a base de esfuerzo y constancia.
Hoy te escribo a ti porque no podía más. Hoy mi alma, la ansiedad, el tiempo que pasa y mis lágrimas pesaban como nunca, y he echado de menos el momento en el que apareces de repente y me liberas de toda carga. Porque no sería tu primera vez.
Sé que me comprendes, o al menos que lo harás cuando comiences a percibir, o a advertir, que esto que siento es muy parecido a lo que sientes tú. Cuando sepas que hoy he llorado y que no me ruborizo al decirlo. Cuando sepas que he llegado a un límite que, cuando supe de ti, jamás imaginé ni siquiera rozar. Cuando sepas que no es la primera vez que me ocurre esto y que por ello tengo cientos de motivos por los que sentirme frágil. Cuando sepas que se rompe un pedazo en mi interior cada día que pasa, cada noche que hace frío y no tengo tu calor.
Maldigo cada parte de ti. Maldigo este número como tantas veces maldije otros. Maldigo el tiempo cuando no avanza, y lo maldigo cuando no tiene que avanzar pero lo hace. Maldigo los sitios que me brindan recuerdos amargos, o no tanto. Maldigo el destino, maldigo los motivos, maldigo mi mala suerte.
Maldigo todos y cada uno de los segundos. Y los minutos y las horas; que además pasan sin saber muy bien cómo ni por qué…
Pero bueno, ya lo ves. Yo sigo escribiendo y tú sin leer.


Te escribo cartas que nunca leerás.

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