Han
sido unos meses, o tal vez años, lo que he necesitado para finalmente darme
cuenta de que es cierto eso de que la vida puede cambiar en tan sólo unos
segundos. Quizás me estuve negando a mí misma – todas y cada una de las veces
en las que se daba la ocasión – que una cosa así fuera posible, o quizás ya lo
sabía pero no tenía la fuerza necesaria para aceptarlo. Hoy, después de haber
dejado pasar el tiempo, y las ganas; después de decenas de noches en vela,
pensando y suspirando nombres y planes con destinatario anónimo; después de
haber sentido numerosos desgarros en el pecho, y después de haberme perdido a
mí misma en mensajes de buenos días durante tantas y tantas mañanas para más
tarde reencontrarme en mensajes de buenas noches durante tantas y tantas madrugadas…
he sentido que por fin tengo la entereza y la osadía para afrontar el hecho de
que la vida cambia en tan sólo unos segundos.
Una
palabra. El silencio. Una mirada. Un gesto. Una confesión. Una verdad. O una
mentira. Un adiós. O un hasta pronto. Una sonrisa. Una lágrima. Un suspiro. Una
llamada. O un mensaje.
Todo,
absolutamente todo puede contribuir a un cambio. Y sea positivo, o más bien
negativo, es ese cambio el que te da un vuelco al corazón, el que te hace
agachar la cabeza, no entender nada, o no querer entender, seguir adelante
tratando de hacer como si nada, intentando sentir lo mismo que ayer. Pero no,
es imposible. Porque tu vida ya ha cambiado; en ese segundo, con esa palabra, esa
confesión. Ha cambiado y lo ha hecho como jamás quisiste creer que lo haría: en
tan sólo unos segundos.
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