Otra
noche. Y otra vez está ocurriendo. Tumbado en mi cama, boca arriba, consigo
volver a arrepentirme de las cosas que no hice cuando debí hacerlas. Y la veo a
mi lado cuando giro la mirada, con su cabeza apoyada en la almohada,
sonriéndome, siendo ella, tal y como a mí me gustaba. Acaricio su pelo. Le miro
a los ojos. Escucho su risa. Y no me aparto ni un segundo de su lado porque sé
que en cualquier momento esto va a terminar. Cierro los ojos y al abrirlos se
ha ido, como ocurrió ayer, como sé que volverá a ocurrir mañana. Porque eso es
lo que ocurre cada noche cuando, al intentar dormir, los recuerdos me persiguen
y me obligan a permanecer despierto…
Una
vez alguien logró crear ciertas dudas en mí. Y aunque hoy, y cada día, al volver la
vista atrás siento que, por un instante, debería haberlo meditado de forma más
precisa, siempre obtengo la misma conclusión: no me arrepiento de lo que hice. Y sin embargo, es otro el pensamiento que constantemente gana la batalla: me
arrepiento de lo que no hice. Hoy me encuentro en esta terraza a oscuras, siento
el viento golpearme la nuca y con él esas sonrisas, esos abrazos, las caricias
o los besos, los ‘te quiero’, esos suspiros de madrugada, o esas miradas
traviesas… que nunca ocurrieron. Pero me levanto tembloroso, apoyo los brazos
en la barandilla y, mirando al negro horizonte que ahora se halla delante de mí,
lo comprendo: ganar una batalla no significa haber ganado la guerra. Sonrío.
Por
extraño que parezca me he acostumbrado – sí, lo he hecho – a contemplarte sólo
en sueños, en mis peores delirios, en estas noches agonizantes y de constante
lucha, en mis jaquecas interminables y los insomnios más eternos… Me he
acostumbrado a estar sin ti pero contigo, a tenerte y perderte tan sólo unos
segundos después. Y si pudieses escucharme estarías de acuerdo, que hay cosas
que parecen ser y ocurren, pero también hay cosas que no son, y que no ocurren
jamás. Como el volver a verte. Y sí, ya lo sé, que ‘nunca’ es una palabra tabú,
que el deseo debería doler, o que no hay forma de saber qué nos deparará el
mañana. Pero hoy lo he visto claro. He pensado en ti sin saber por qué y lo he
entendido. Y no hay razón o explicación posible para definir cómo me he sentido
al saber, que pase el tiempo que pase, jamás volveremos a vernos. Que dejaremos
todo aquello atrás sin posibilidad de retomarlo, sin riesgo a fallar de nuevo,
sin ocasiones para arrepentirnos o dejarlo pasar. Porque nada de eso volverá a
suceder. Y a pesar de que tu sonrisa, tus ojos, tus manos y otras tantas cosas
extraordinarias me gritan cada noche, cuando tumbado boca arriba en la cama
trato de quedarme dormido, que te sienta como antes, que te quiera, que tenga
esperanza… yo no puedo. Ya no. Porque cuando he pensado en ti no he necesitado
jurarlo, simplemente lo he visto claro.
Y
después de haber distinguido una noche más tu figura en mi cama, de haberte
perdido por no sé cuál vez en menos de un mes y de haber sentido cómo volvía a
arrepentirme de lo que no hice, me he recordado a mí mismo, susurrando, que
pese a haber vuelto a ganar una batalla, no debo dejar que él gane esta guerra.
Finalmente el círculo se completará, y sólo me quedará perfeccionarlo y vivir
con ello mientras estas sensaciones ceden ante mis múltiples intentos por
dejarlas atrás. Pero me lo tengo que repetir, por mí, por esa promesa, porque
siento que el instante en el que todo esto acabe está próximo: sólo una más.
Sólo una noche más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario