16 de octubre de 2014

Twenty-four.

16 de octubre del 2014. Parece mentira que hayas llegado tan rápido a mi vida, tan raudo y veloz, y tan cargado de emociones nuevas, experiencias inolvidables y mucho tiempo por delante para seguir siendo feliz.
Parece mentira que haya pasado ya un mes desde el día en el que comenzó esta gran aventura llamada Erasmus. Aquel día cambió mi vida para siempre sin que yo supiera que fuese a ser un cambio tan increíblemente satisfactorio. Ese día me di cuenta de que ya no había vuelta atrás, todo había empezado ya y no podía hacer nada por evitarlo... pero tampoco quería. Quería llegar al aeropuerto, coger ese avión hasta Londres, llegar a Stansted y comprar mi billete a Norwich y llegar por fin a la que sería mi casa durante los tres meses siguientes.
Recuerdo estar nerviosa, recuerdo haber llorado al despedirme de mi familia, haber echado ese último vistazo a mi habitación de siempre, haber dicho adiós a mi hogar... Pero mi corazón no se quedó allí, se vino de viaje conmigo y hoy estamos aquí, en Norwich, los dos juntos en el que es nuestro nuevo hogar.
Parece mentira que ya hayan pasado 30 días desde que cogí ese taxi que me llevó hasta casa. Parece como si fuera ayer cuando me bajé de él y caminé hacia la puerta, cuando llamé al timbre, cuando entré y la vi por primera vez, cuando saludé a mis compañeros de casa, cuando uno de ellos nos hizo un tour para enseñárnoslo todo. Parece mentira que ya haya pasado un mes desde esa primera noche en la que dormí por primera vez en la que iba a ser mi cama en los tres meses siguientes.
En ningún momento me imaginé que todo esto sería así. Me pasé muchas noches en vela soñando despierta acerca de cómo sería todo: el viaje, la casa, mis compañeros, mis nuevos amigos, la universidad, la ciudad... Pero jamás podría habérmelo imaginado de la manera en como es realmente.
A veces trato de explicar con palabras todo lo que este viaje está significando para mí. Pero nunca consigo decir una frase completa, tan sólo puedo repetir una y otra vez la palabra "increíble". "Increíble" es la palabra que no sólo es capaz de definir la experiencia sino también la universidad, Norwich y, sobre todo, a mis amigos.
Estoy cada día rodeada de personas increíbles. Personas que jamás hubiera podido conocer si aquel día en el que tuve una conversación con alguien acerca del Erasmus hubiese dicho "no" en lugar de "sí". España, Dinamarca, Francia, Alemania, Suiza, Eslovenia, México... Muchos países, muchas personas, un sólo sentimiento: amistad.
Las horas pasan mil veces más rápido de lo que una vez pensé, los momentos son cien veces más intensos, los instantes los vivo con más energía. Y todo, absolutamente todo y aunque me parezca difícil de creer, con una sonrisa.
Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Hacía mucho tiempo que no era feliz. Y a pesar de los trabajos de la universidad, los madrugones de los viernes o las mini discusiones por ver quién friega qué día, no podría ser más feliz de lo que ahora mismo soy.
Cuando me paro a pensar en los aspectos negativos que todo esto puede conllevar, en mi cabeza sólo se forma la imagen de una fecha, la de irme de aquí.
La primera noche me quedé despierta pensando en todo lo que me podía esperar a partir del día siguiente. Me quedé boca arriba, mirando al techo y me dije: "¿dónde me he metido?". Tenía un poco de miedo, ¿y si me había equivocado? No podía dar marcha atrás, tenía que vivir esto sí o sí. Ahora sé la respuesta a ambas preguntas. Me metí en una casa con cuatro personas a las cuales no conocía de prácticamente nada, me metí en una universidad en la que hablaban otro idioma (aunque ya lo dominaba), en un país con otra cultura, otra forma de ver las cosas, otro modo de vida, otro sistema... Mi error no fue ser valiente y volar a otro país sin estar preparada o capacitada para ello. Mi error, de hecho, fue pensar que esto podría ser un error.
No me arrepiento de nada. Y si ahora mismo pudiera volver atrás en el tiempo para cambiar algo, lo que fuese, no cambiaría nada. Porque si me dieran la oportunidad de imaginarme todo esto de otra forma, me lo imaginaría exactamente como está siendo.

23 de julio de 2014

Twenty-three.

¿Qué eres, que me desnudas cada noche y me das calor para no morir de frío? ¿Qué eres, que me robas el sentido y das sentido a mi vida? ¿Qué eres, que me haces llorar y me sacas sonrisas? Que me haces suspirar y te llevas mi aliento. ¿Qué eres, que me das fuerza y te llevas mi energía? ¿Qué eres, que apareces en mis sueños y me obligas a despertar? Que me odias y me quieres, que me anhelas y me olvidas. Que sin saberlo me cuidas y me haces enfermar. ¿Qué eres, que estás a mi lado y de repente te marchas? ¿Qué eres, que creas punzadas en mi corazón y le obligas a latir? Que me das la vida y te llevas mis ganas de vivir. Que me destruyes y me reconstruyes, que me rompes en mil pedazos y me reparas. Que me lo das todo y me dejas con nada.

28 de abril de 2014

Twenty-two.

Me quisieron hacer creer que era fuerte, y sin embargo aquí estoy llorando tras leerte. Y es que ya ves, han pasado varios meses y aquí sigo, suspirando cada vez que recuerdo cada uno de nuestros momentos, cada una de nuestras conversaciones y cada vez que imagino cómo hubiera sido estar contigo y ser contigo. Y ahora estoy aquí, yo sola, siendo sin ti.
¿Alguna vez imaginaste venirte abajo con tan sólo echar un vistazo a una foto? Yo nunca pensé en ello, pero te vi a ti, y me mirabas sin saberlo, y mis sentimientos me mataban por dentro al saber que ésa sería la única forma en la que me llegases a mirar alguna vez.
Y no, no soy fuerte, nunca lo fui tratándose de ti. Tal vez si lo hubiera sido no estaría hoy aquí escribiendo esto, y quizá no sentiría las paredes de este cuarto acercándose cada vez más y más hacia mí; y no sentiría el corazón latiendo a mil al imaginar cómo sería todo aquello que jamás pudo ser.
Porque… qué más da, si no tengo razones que expliquen todo esto. Qué importa si ya ni siquiera confiarías en mí; y qué puedo hacer sino marcharme… y tal vez jamás volver.

27 de marzo de 2014

Twenty-one.

¿Conoces ese momento en el que todas tus fuerzas y toda tu energía desaparecen de repente, sin poder hacer nada por que se queden a tu lado? Cuando ya nadie quiere escucharte por mucho que hables. Cuando ya nadie se interesa por lo que escribes, o por lo que te gustaría escribir. Cuando ya nadie se interesa por ti, como si hubieras desaparecido de la faz de la tierra. De sus vidas, para siempre. Como si el propio momento te obligase a mirarte al espejo para asegurarte de si alguien se refleja en él tras hacerlo. ¿Y si nadie se refleja en él? ¿Y si es cierto que ya no estás, que te has ido, que no pueden verte… y que ya no podrás volver? Caes al suelo, tus lágrimas brotan de tus ojos cerrados y recorren tus mejillas. ¿Pero qué importa? A nadie le importa. Porque ya no existes, no queda nada de ti, te has ido, te han obligado a desaparecer y no puedes hacer nada por hablar con esas personas a las que te gustaría hacerles saber que sigues ahí. Porque ya no queda nadie que te recuerde. Nadie que escuche tu voz o que lea tus palabras. Nadie capaz de pensar en ti, de guardar un solo recuerdo de lo que una vez fuiste para ellos. Se acabó, game over.

29 de enero de 2014

Twenty.

Año 200X, pasado.
Mañana. Una preadolescente enciende la tele de su casa, coge el mando y comienza a hacer zapping. Se detiene en un canal en el que echan un programa sobre música. Varias canciones suenan con sus respectivos videoclips. De repente suena una que le llama la atención. Se queda muy pendiente de dicha canción, y del videoclip. El cantante va vestido de una manera muy extraña, pero es guapo, sí, es mono. El resto de personas que actúan en el videoclip van vestidos de una manera muy similar a él. Todo es muy raro: los componentes del grupo, los actores, las vestimentas, el escenario… todo. Menos la canción. La canción es chulísima, mucho. Tiene un estilo y un ritmo que ella jamás había escuchado. La canción acaba, no le da tiempo a ver el nombre de ésta, ni el del grupo. Una pena… o no, puesto que, sin saberlo, la melodía, el escenario, la vestimenta, el cantante… todo se ha quedado grabado en su cabeza.

Año 2014, presente.
Tarde. La chica tiene que hacer un trabajo para la universidad. Antes de ponerse manos a la obra enciende Twitter. Lee el siguiente tweet: “These songs have been stuck in my head all day. Had to download @PanicAtTheDisco”, que va acompañado de una foto en la que aparece una lista de las canciones del último disco del grupo. La chica decide darles una oportunidad, quiere grupos nuevos en su biblioteca. Abre YouTube y escribe ‘Panic! At The Disco’ en el buscador. La primera canción que aparece es ‘This Is Gospel’. La escucha. Le encanta. La segunda canción es ‘Girls/Girls/Boys’. La escucha. Le encanta. Abre una nueva pestaña en el navegador e investiga un poco más acerca de ellos. Copia el nombre de los cuatro discos que han sacado en el buscador de YouTube. Añade todas las canciones a una nueva lista de reproducción. La llama ‘Panic! At The Disco’. Escucha todos los discos esa misma tarde mientras termina el trabajo. No puede sacarse las canciones de su cabeza. Al día siguiente decide ver el videoclip de una de las canciones que más le han gustado, ‘The Ballad of Mona Lisa’. Se queda observando detenidamente el videoclip. Le suena. Le suena mucho. El cantante, la vestimenta, el estilo… Pero no, está equivocada, es imposible que sea aquella canción… El videoclip de aquella canción iba sobre una boda. Pero todo es tan similar… No sabe por qué pero está convencida de que el cantante es el mismo. Decide dejarlo estar. Unos días después abre un link que lleva directamente al videoclip de ‘I Write Sins Not Tragedies’. Y ahí está. Su mente vuela a aquel día, seis o siete años atrás, cuando estaba sentada en su sofá y decidió dejar aquel programa de música. Aquel día en el que escuchó por primera vez Panic! At The Disco.
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Estaba completamente segura de que la primera canción que había escuchado de P!ATD era ‘This Is Gospel’. Resultó ser la segunda. Y resultó que el destino me volvió a llevar hasta ellos para convertirlos en mi grupo favorito. Seis o siete años después han vuelto a mí, a pesar de que tantas cosas hayan cambiado en ellos desde entonces. Y ya no me importa que aquel día no me diera tiempo de ver el nombre de la canción o del grupo. Lo importante es que aquella melodía, aquel estilo, aquel cantante, aquel escenario… se me quedaron grabados en la mente. Hasta el día de hoy, que no sólo los llevo en la cabeza sino también en el corazón.

2 de enero de 2014

Nineteen.

Me quedé mirándole fijamente a los ojos. Me sentía incapaz de apartar la mirada de aquellos luceros que tanto me habían dado durante aquellos años. Sin embargo, y en contra de mi voluntad, y, por qué no, de mis todavía sentimientos, me dije por dentro que debía darme la vuelta y marcharme para siempre. Era lo único que podía hacer. Había estado meses tratando de arreglar algo que llevaba roto todo ese tiempo, y a pesar de haber hecho todo lo posible por que todo fuera como al principio, no lo conseguí, no sin su ayuda. Yo era la única que había tratado de unir todos los pedacitos que estaban por el suelo tirados de ese ‘nosotros’ que una vez pensamos que sería para siempre. Una lágrima comenzó a caer por mi mejilla al observar que él tampoco quería apartar su mirada de mis ojos y que estaba sufriendo, mucho, tal vez como nunca. Y que era ahora cuando por fin se había dado cuenta de todo lo que había perdido, tal vez sin querer. Pero ya era tarde, muy tarde. Negué con la cabeza en un intento de hacerle saber que no había nada más que pudiéramos decir o hacer para solucionarlo, que era innecesario alargar más aquel momento y que de nada servirían nuestras lágrimas, pues ahora era él quien también estaba llorando. Agaché la cabeza al fin, separándome de esos ojos que me hipnotizaban y, poco a poco, me di la vuelta. Eché a andar, dejándole atrás, sin nada más que decir, con todos aquellos momentos, todos esos besos y abrazos, todas aquellas palabras que tan lejos quedaron de hacerse realidad, y un millón de sueños y suspiros que jamás llegaron a convertirse en algo más que simples sueños y suspiros.

Y el mundo se paró de repente. Mis sentidos morían lentamente mientras yo seguía caminando. No lograba escuchar otra cosa que no fueran mis lágrimas brotar de mis ojos y recorrer mi cara. Y mis pasos, que cada vez iban más despacio, resonaban con fuerza en mi cabeza. Mis piernas dejaron de moverse y mi cerebro me ordenó que me girara inmediatamente. Y entonces lo comprendí. Mis sentidos recobraron la fuerza y la entereza que a mí me faltaban y actuaron por mí: corrí hacia él, corrí muy deprisa, como si se esfumase ese tren que te lleva a tu destino final, el que sabes que es el correcto, el que tienes que coger sí o sí… Y salté en su espalda. Y grité. Puse los pies en el suelo, él se dio la vuelta lentamente y me miró, estaba llorando. Negamos a la vez con la cabeza; ambos sabíamos que no estaba bien, que estábamos volviendo a equivocarnos. Pero lo que también sabíamos es que ése era nuestro destino. Se acercó lentamente a mi boca, apoyó su frente contra la mía, rozó su nariz con la mía, articuló un ‘qué locura’ y, como si el mundo se fuera a romper en mil pedazos, me besó muy dulcemente, como si en aquel momento cualquier otro roce lograse deshacerme para siempre. Para siempre.