27 de marzo de 2014

Twenty-one.

¿Conoces ese momento en el que todas tus fuerzas y toda tu energía desaparecen de repente, sin poder hacer nada por que se queden a tu lado? Cuando ya nadie quiere escucharte por mucho que hables. Cuando ya nadie se interesa por lo que escribes, o por lo que te gustaría escribir. Cuando ya nadie se interesa por ti, como si hubieras desaparecido de la faz de la tierra. De sus vidas, para siempre. Como si el propio momento te obligase a mirarte al espejo para asegurarte de si alguien se refleja en él tras hacerlo. ¿Y si nadie se refleja en él? ¿Y si es cierto que ya no estás, que te has ido, que no pueden verte… y que ya no podrás volver? Caes al suelo, tus lágrimas brotan de tus ojos cerrados y recorren tus mejillas. ¿Pero qué importa? A nadie le importa. Porque ya no existes, no queda nada de ti, te has ido, te han obligado a desaparecer y no puedes hacer nada por hablar con esas personas a las que te gustaría hacerles saber que sigues ahí. Porque ya no queda nadie que te recuerde. Nadie que escuche tu voz o que lea tus palabras. Nadie capaz de pensar en ti, de guardar un solo recuerdo de lo que una vez fuiste para ellos. Se acabó, game over.

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