El miedo a decir 'te quiero', el miedo a que todo cambie, el miedo al 'qué pensará ahora de mí'...
Cada día que pasa, cada minuto, cada segundo, ese sentimiento aumenta, y con él, las ganas de exteriorizarlo. Jamás pensaste que sentirías algo así, nunca te habías parado a pensar en lo difícil que sería seguir adelante cuando en tu corazón se ha forjado tal sentimiento. Y te paras a pensar, y observas el horizonte mientras te preguntas qué deberías hacer. Y nada, ni una sola respuesta. Y te duele; te duele saber lo que sientes y que no puedes hacer nada por evitarlo, o por aprovecharlo. Te duele encontrar en ti esas ganas de decirlo, de confesar eso que tantos meses lleva rondando por tu cabeza y no saber cómo hacerlo, o no tener esa valentía de contarlo por fin.
¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Me seguirá hablando? ¿Terminará con esta preciosa amistad? ¿Dejará de tratarme como siempre me ha tratado?
Y, sin embargo, y por muy duro que suene, prefieres que sea feliz con otra persona a que esté sufriendo durante mucho tiempo contigo, alguien con quien todo sería mucho más difícil, por no decir imposible...
Quieres que sea feliz, y con eso te basta.
Dicen que es mejor confesar algo por si la otra persona se encuentra en la misma situación que tú y tampoco tiene esa fuerza para contarlo.
Pero no, esta vez no. Esta historia no tiene final feliz, ninguno de los dos dice nada, y, muy a pesar de uno de ellos, los sentimientos se desvanecen, si es que los hay, aparecen nuevos y se cumple el deseo de que al menos uno de ellos pueda ser feliz con quien realmente pueda darle esa felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario