He
pensado en decenas de maneras con las que podría empezar esto y no se me ha
ocurrido ninguna mejor que ésta que acabas de leer. Después he sonreído y he
seguido escribiendo.
Como
si de una broma del destino se tratase, he dejado de pensar y te he escuchado
escribir. Y ha sido sólo en ese momento cuando he decidido – o me he dado
cuenta por fin – que estoy harta.
He
dado un rodeo por los recuerdos de mi vida y he sentido un escalofrío tras
haber contado la cantidad de veces en las que ya he sufrido esta situación. Y
no pienses que no la sigo sufriendo, lo hago contigo, por ti, cada día y sobre
todo cada noche. He sentido el temor de estar perdiendo algo que no tengo todavía
y que, probablemente, nunca logre tener. Me esfuerzo, lo prometo, pero esto no
tiene nada que ver con mi coraje, no hay nada que yo pueda hacer contra ello.
Pero
no creas que me rindo, nunca lo he hecho. Una y otra vez he querido seguir
adelante sin miedo a los ‘peros’, los ‘quizás’ o las despedidas a largo plazo.
Si de algo he tenido miedo en todo este tiempo es a perder – aunque sobre todo
a tener que asimilar lo perdido – todo lo que he obtenido a base de esfuerzo y
constancia.
Hoy
te escribo a ti porque no podía más. Hoy mi alma, la ansiedad, el tiempo que
pasa y mis lágrimas pesaban como nunca, y he echado de menos el momento en el
que apareces de repente y me liberas de toda carga. Porque no sería tu primera
vez.
Sé
que me comprendes, o al menos que lo harás cuando comiences a percibir, o a
advertir, que esto que siento es muy parecido a lo que sientes tú. Cuando sepas
que hoy he llorado y que no me ruborizo al decirlo. Cuando sepas que he llegado
a un límite que, cuando supe de ti, jamás imaginé ni siquiera rozar. Cuando
sepas que no es la primera vez que me ocurre esto y que por ello tengo cientos
de motivos por los que sentirme frágil. Cuando sepas que se rompe un pedazo en
mi interior cada día que pasa, cada noche que hace frío y no tengo tu calor.
Maldigo
cada parte de ti. Maldigo este número como tantas veces maldije otros. Maldigo
el tiempo cuando no avanza, y lo maldigo cuando no tiene que avanzar pero lo
hace. Maldigo los sitios que me brindan recuerdos amargos, o no tanto. Maldigo
el destino, maldigo los motivos, maldigo mi mala suerte.
Maldigo
todos y cada uno de los segundos. Y los minutos y las horas; que además pasan
sin saber muy bien cómo ni por qué…
Pero
bueno, ya lo ves. Yo sigo escribiendo y tú sin leer.
Te
escribo cartas que nunca leerás.