Hay
ilusiones que nunca mueren, que hacen herida y dejan cicatrices, que duelen y
que desesperan; son ilusiones que permanecen a tu lado y te susurran ‘algún día’,
ilusiones que pesan y te destrozan por dentro, y también por fuera. Hay ilusiones
que sacan sonrisas, que aparecen y desaparecen a su antojo sin dejarte un
minuto para respirar; son ilusiones que quitan el aliento y despiertan
pasiones, ilusiones esperanzadoras que hielan y deshielan sentimientos en
desiertos y mares de dudas y palabras que no se llegan a pronunciar. Hay
ilusiones que rompen, y que reparan. Hay ilusiones que vuelven y otras que
nunca se van, que te sonríen, irónicas y maliciosas, que hacen énfasis en tu
autodestrucción y proyectan el holograma de un futuro que puede ser, pero que
puede no ser, de un futuro clavado en la piel y que recorre tus venas. Porque
hay ilusiones, de las buenas y de las malas, ilusiones cegadoras, ilusiones que
hacen llorar o ilusiones a secas. Ilusiones que juegan contigo, ilusas ilusiones
ilusionantes que ilusionadamente te ilusionan hasta dejarte sin habla, hasta
que ellas mismas pierden su propio sentido en este sinfín de desesperanza.