13 de febrero de 2015

Twenty-five.

¡Hey! ¿Cómo estás? Hace ya casi un año desde la última vez que te lo pregunté, ¿y sabes qué? Creo que sé perfectamente cuál va a ser tu respuesta. No te preocupes, no contestes, tu mirada triste me lo dice todo. Me he pasado mucho tiempo de pie ante este espejo y en los últimos meses sólo he logrado llegar a ver lo mismo, día tras día, y no sabes lo que me duele; tanto como a ti, lo sé. Veo esa energía que antes rebosaba por tu cuerpo y que ahora se desvanece poco a poco, a cada minuto un poquito más. No puedo evitar fijarme en esa fuerza que no, aunque parezca increíble, ya no está, y que quizá nunca vuelva. Veo sonrisas, y lágrimas, aunque las primeras sean falsas. En ellas veo reflejados los motivos por los que las derramas, y créeme, no merece la pena. Sé que no puedes evitar llorar y venirte abajo cuando ves cómo los demás consiguen llegar a su meta y tú no eres capaz de acabar esa carrera. Durante todo ese tiempo frente al espejo me juraste que jamás te rendirías, que seguirías caminando a lo largo del camino, pisando fuerte, y con más fuerza que nunca. No puedo creer que nos mintiéramos de tal forma. ¿Cómo has llegado a esto? ¿Cómo he podido dejar que te derrumbases sin remedio? Si prometimos cuidarnos, si nos dijimos que lo lograríamos. Llevo mucho tiempo esperando el momento en el que esa fuerza regrese a ti, sólo así podré hacerme fuerte yo. Pero conforme pasaban las horas más y más me daba cuenta de que eso no iba a pasar en un futuro cercano. No he vuelto a hablarte hasta hoy porque pensaba que todo acabaría, confiaba en ti, creía en ti. Pero me he dado cuenta de que no merece la pena hacerlo por más tiempo. ¿Sabes? En el fondo me siento como tú, y tengo la certeza de que tú lo sabes muy bien. Por un momento he pensado en dejarte morir, tal vez no merecía la pena salvarte después de haber pasado por tanto, tal vez era perder más el tiempo de lo que ya lo fue estar aquí, enfrente del espejo, observándote cada mañana mientras te peinabas y cada noche mientras te cepillabas los dientes. No he venido para ver más lágrimas, ni para seguir viendo cómo te ahogas en tristeza, o en soledad. No he venido para ver cómo te quedas sin fuerzas, ni para ver cómo esa desmotivación te desarma y te tira al suelo para después obligarte a levantarte. He venido para recordarte que vale la pena luchar. He venido para hacerte saber que todavía queda esperanza, que lo mejor está por llegar. Estoy aquí para darte la mano y ayudarte a cruzar el puente de las inseguridades. He vuelto, después de casi un año, a decirte que después de la tormenta llega la calma, que a pesar de todo lo negro, siempre podrás encontrar algún punto de luz blanca. Que a pesar de las veces que has fallado, de las veces que has llorado, y de las veces que has querido dejarlo todo atrás, siempre encontrarás una razón para seguir caminando. Estoy aquí para recordarte que la motivación que llevas buscando durante tanto tiempo está ahí, en lo más profundo de tus pensamientos, y que siempre estuvo ahí, nunca se fue. ¿Recuerdas cuándo la conseguiste, la alegría que invadió nuestras vidas? ¿Recuerdas cuando las cosas iban tan bien que parecía incluso un sueño? Todo eso puede volver. Pero sólo si tú quieres. Es un momento complicado, lo sabemos, y está doliendo como nunca. Pero, ¿por qué no volver a esa libertad, a esa alegría que duraba las veinticuatro horas del día, a esas sonrisas que eran completamente de verdad? ¿Por qué no volver a esa felicidad y a esos días en los que te juraste que las cosas habían cambiado? ¿Por qué no volver a dar un giro y cambiar lo negro por luces blancas que nos guíen? … ¿Quién dijo desmotivación? A partir de ahora diremos fuerza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario