¡Hey!
¿Cómo estás? Hace ya casi un año desde la última vez que te lo pregunté, ¿y
sabes qué? Creo que sé perfectamente cuál va a ser tu respuesta. No te
preocupes, no contestes, tu mirada triste me lo dice todo. Me he pasado mucho
tiempo de pie ante este espejo y en los últimos meses sólo he logrado llegar a
ver lo mismo, día tras día, y no sabes lo que me duele; tanto como a ti, lo sé.
Veo esa energía que antes rebosaba por tu cuerpo y que ahora se desvanece poco
a poco, a cada minuto un poquito más. No puedo evitar fijarme en esa fuerza que
no, aunque parezca increíble, ya no está, y que quizá nunca vuelva. Veo
sonrisas, y lágrimas, aunque las primeras sean falsas. En ellas veo reflejados
los motivos por los que las derramas, y créeme, no merece la pena. Sé que no
puedes evitar llorar y venirte abajo cuando ves cómo los demás consiguen llegar
a su meta y tú no eres capaz de acabar esa carrera. Durante todo ese tiempo
frente al espejo me juraste que jamás te rendirías, que seguirías caminando a
lo largo del camino, pisando fuerte, y con más fuerza que nunca. No puedo creer
que nos mintiéramos de tal forma. ¿Cómo has llegado a esto? ¿Cómo he podido
dejar que te derrumbases sin remedio? Si prometimos cuidarnos, si nos dijimos
que lo lograríamos. Llevo mucho tiempo esperando el momento en el que esa
fuerza regrese a ti, sólo así podré hacerme fuerte yo. Pero conforme pasaban
las horas más y más me daba cuenta de que eso no iba a pasar en un futuro
cercano. No he vuelto a hablarte hasta hoy porque pensaba que todo acabaría,
confiaba en ti, creía en ti. Pero me he dado cuenta de que no merece la pena
hacerlo por más tiempo. ¿Sabes? En el fondo me siento como tú, y tengo la
certeza de que tú lo sabes muy bien. Por un momento he pensado en dejarte
morir, tal vez no merecía la pena salvarte después de haber pasado por tanto,
tal vez era perder más el tiempo de lo que ya lo fue estar aquí, enfrente del
espejo, observándote cada mañana mientras te peinabas y cada noche mientras te
cepillabas los dientes. No he venido para ver más lágrimas, ni para seguir
viendo cómo te ahogas en tristeza, o en soledad. No he venido para ver cómo te
quedas sin fuerzas, ni para ver cómo esa desmotivación te desarma y te tira al
suelo para después obligarte a levantarte. He venido para recordarte que vale
la pena luchar. He venido para hacerte saber que todavía queda esperanza, que
lo mejor está por llegar. Estoy aquí para darte la mano y ayudarte a cruzar el
puente de las inseguridades. He vuelto, después de casi un año, a decirte que
después de la tormenta llega la calma, que a pesar de todo lo negro, siempre
podrás encontrar algún punto de luz blanca. Que a pesar de las veces que has
fallado, de las veces que has llorado, y de las veces que has querido dejarlo
todo atrás, siempre encontrarás una razón para seguir caminando. Estoy aquí
para recordarte que la motivación que llevas buscando durante tanto tiempo está
ahí, en lo más profundo de tus pensamientos, y que siempre estuvo ahí, nunca se
fue. ¿Recuerdas cuándo la conseguiste, la alegría que invadió nuestras vidas?
¿Recuerdas cuando las cosas iban tan bien que parecía incluso un sueño? Todo
eso puede volver. Pero sólo si tú quieres. Es un momento complicado, lo
sabemos, y está doliendo como nunca. Pero, ¿por qué no volver a esa libertad, a
esa alegría que duraba las veinticuatro horas del día, a esas sonrisas que eran
completamente de verdad? ¿Por qué no volver a esa felicidad y a esos días en
los que te juraste que las cosas habían cambiado? ¿Por qué no volver a dar un
giro y cambiar lo negro por luces blancas que nos guíen? … ¿Quién dijo
desmotivación? A partir de ahora diremos fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario