22 de noviembre de 2015

Twenty-seven.

Cierro los ojos y se apaga el mundo. Correr hacia ti es mi mejor opción. Camino deprisa hacia el ruido de los coches, fijando mi mirada en el horizonte naranja de esta tarde de otoño. No me giro, no quiero darme la vuelta, no quiero volver al sitio del que vengo. Quiero llegar, saber que estaré bien, tener la certeza de que el dolor desaparece por siempre. Sigo caminando, despacio, un pie detrás del otro, evitando caerme, mis últimas fuerzas cumplen su función en este teatro llamado vida. Aquella vez se abrió el telón y te vi, hoy está abajo y no queda esperanza. Tu imagen se forma delante de mí, en este puente que parece estar maldito y que, conforme avanzo, se cae a pedazos tras de mí. El silencio me grita desde dentro, la música deja de sonar, las mariposas se posan en tu ombligo, la niebla se abre paso entre mis fantasmas, mis demonios, mi pasado. Sólo tu saber perfumar mi futuro, llenarlo de colores vívidos y despedidas que nos anhelan, sólo el sentido que tú dibujas en mis sueños, sólo esta carretera que está quieta y me empuja, sólo el rayo de tus ojos, sólo… Sólo querer morir en tus brazos y encontrarme contigo antes de mi último aliento, sólo saber decir ‘te quiero’ con la mirada, sólo sentir la brisa reírse de mis desgracias, sólo querer al destino cuando trata de ayudar. Abro los ojos y se enciende el mundo. Y el sol, que hoy tenía la misión de volver a brillar, se esconde ante tal desierto, ante tal sequía. Y mis ojos, en los que cada día ves llover, quieren volverse a cerrar para olvidar, sentir, amar y convertirme en todo lo que nunca fui.