Cierro
los ojos y se apaga el mundo. Correr hacia ti es mi mejor opción. Camino
deprisa hacia el ruido de los coches, fijando mi mirada en el horizonte naranja
de esta tarde de otoño. No me giro, no quiero darme la vuelta, no quiero volver
al sitio del que vengo. Quiero llegar, saber que estaré bien, tener la certeza
de que el dolor desaparece por siempre. Sigo caminando, despacio, un pie
detrás del otro, evitando caerme, mis últimas fuerzas cumplen su función en
este teatro llamado vida. Aquella vez se abrió el telón y te vi, hoy está abajo
y no queda esperanza. Tu imagen se forma delante de mí, en este puente que
parece estar maldito y que, conforme avanzo, se cae a pedazos tras de mí. El
silencio me grita desde dentro, la música deja de sonar, las mariposas se posan
en tu ombligo, la niebla se abre paso entre mis fantasmas, mis demonios, mi
pasado. Sólo tu saber perfumar mi futuro, llenarlo de colores vívidos y
despedidas que nos anhelan, sólo el sentido que tú dibujas en mis sueños, sólo
esta carretera que está quieta y me empuja, sólo el rayo de tus ojos, sólo…
Sólo querer morir en tus brazos y encontrarme contigo antes de mi último
aliento, sólo saber decir ‘te quiero’ con la mirada, sólo sentir la brisa
reírse de mis desgracias, sólo querer al destino cuando trata de ayudar. Abro
los ojos y se enciende el mundo. Y el sol, que hoy tenía la misión de volver a
brillar, se esconde ante tal desierto, ante tal sequía. Y mis ojos, en los que
cada día ves llover, quieren volverse a cerrar para olvidar, sentir, amar y
convertirme en todo lo que nunca fui.