26 de diciembre de 2013

Eighteen.

       No recuerdo qué hora era. Tampoco quiero hacerlo. Fuera la hora que fuese sabía que era tarde, muy tarde, pero sólo en aquel momento pude dormirme. Y sólo cuando desperté a la mañana siguiente me di cuenta de que todo aquello había sido un simple sueño…

Caminaba por una calle oscura, era muy tarde, quizás las dos o las tres de la mañana. Mi mayor miedo me perseguía: era el olvido. Se acercaba por detrás, quería alcanzarme y dejarme sin nada ni nadie. Su único objetivo era robarme todo aquello que una vez me había hecho feliz, quería robarme mis motivos para sonreír y llevárselos para siempre.

Eché a correr. Saqué mis manos de los bolsillos y empecé a moverme tan rápido como pude. Respiraba por la boca, trataba de recobrar todo el aire que contenían mis pulmones, pero cada vez me resultaba más difícil mantener el nivel de oxígeno. De vez en cuando miraba hacia atrás con la esperanza de que el olvido se hubiese cansado de correr tras de mí y se hubiese ido con su maldito deseo de quitármelo todo.

En una de las veces que volví a mirar hacia adelante me choqué contra un poste. Caí al suelo rota del dolor, no podía moverme. El suelo estaba helado, pero no conseguía levantarme, me había roto algo. Levanté la vista y ahí estaba él, mirándome muy fijamente, relamiéndose de gusto. Poco a poco comenzó a absorberme todos y cada uno de mis recuerdos desde el día de mi nacimiento, pasando por mi primer regalo de cumpleaños, mi primer beso, mi primera lágrima… hasta llegar a ese preciso instante, no sin antes recordarme el momento que estaba viviendo antes de quedarme dormida.

‘Luke…’, susurré. Pero mi miedo desapareció en cuanto recobré la cordura y recordé que, efectivamente, me había quedado dormida y todo estaba siendo un sueño. El olvido se había ido. Sin mis recuerdos. Ni mis momentos felices, o tristes. Sin mis razones para sonreír.

Me di la vuelta en la cama y ahí estaba él. Mi entereza, mi fuerza. Me miró y me tocó la frente. Por un momento se asustó. Estaba sudando a causa de la pesadilla. Yo le miré fijamente. ‘Prométeme que no me dejarás sola nunca. Prométeme que no me dejarás sola ni en sueños’. Él no entendió a lo que me refería, pero asintió. ‘Te lo prometo’, dijo abrazándome fuerte.